Pasamos del universo de la pura ilusión y del trompe-l’oeil a un mundo en que la materia se declina en términos de textura real, como si la pintura, en busca de una nueva expresión de la realidad, decidiese convocar, ya no la representación de las cosas del mundo exterior, sino los originales mismos, en su banalidad, en su insostenible verdad, y con ello nos obligase a dedicarles una atención, si no admirativa, al menos asombrada y encantada.
EMMANUEL GUIGON